José Clemente e Cátia de Oliveira: Donde nace el fado
Concerts - Maio 23, 2015
En ese
cónclave de una Casa de Fados, el lugar donde se produce el intercambio y el
magisterio de la música de Lisboa solo se necesita del arte que traigan las
voces y los instrumentos. Y el silencio y el respeto a un rito que enamora a
quien gusta de la verdad y de la tradición que, desde hace ya unos cuantos años,
ha conquistado corazones más allá de las fronteras de nuestro vecino Portugal.
La Asociación de Amigos del Fado, con la denodada labor de Ramón García Ovide al frente, se ha empeñado en conseguir que este género maravilloso tenga siempre alguna cita interesante en nuestra tierra, y a fe que en esta ocasión lo ha conseguido con un rotundo éxito. De público y de arte, sobre las tablas del Teatro Jovellanos el pasado sábado. La idea era reproducir esa Casa de Fados, con sencillez solo en la puesta en escena, pero con lujo artístico en los músicos, con una calidad de las que se ven en pocas ocasiones.
Ese generoso espectáculo contó con dos voces de excepción. La joven Cátia de Oliveira, con una voz y alma castiza, un conocimiento de los palos fadistas y una escuela en la que Dona Beatriz da Conceição asoma en cada estrofa, como se dejó ver en ese monumento que es "Voltaste". Y la presencia -porque para cantar bien el fado hay que tener eso- de ese elegantísimo fadista que es José Manuel Clemente. Un músico experto que se gradúa a cada concierto como uno de los grandes "crooners" de la noche de Lisboa. Excelente en ese lado melódico que tiene la canción de su ciudad y hábil con un repertorio y un saber estar que encandiló al público. Su "Boa noite solidão", su "Senhora de Nazaré" o ese fado tango que borda: "Esquina da rua" fueron grandes momentos.
En cuanto a los instrumentistas, pocas veces se puede disfrutar de tantísimo talento. Ángelo Freire, en la guitarra portuguesa, es uno de los más grandes. Veintiséis años y una sabiduría que asombra. Subrayando y adornando con primor la poesía del fado y deslumbrando con una técnica impresionante. Flávio Cardoso en la guitarra clásica es, con siete años menos, un valor de futuro al que habrá que seguir. En la guitarra bajo estuvo otro grande, como es Didi Pinto, y ese sonido sedoso y cálido que redondea un trío de excepción. La segunda "guitarrada" fue una cosa de otro mundo. Con el "fado à desgarrada" con un corrido "Minha mãe é pobrezinha", al alimón entre las dos voces, se redondeó la tradición en una noche en la que el teatro gijonés se convirtió en una tasca de Lisboa, donde el fado nace cada noche para seguir siendo ese milagro que tanto nos gusta y que tanto bien hace por nosotros. Miguel Á. Fernández Fernández
La Asociación de Amigos del Fado, con la denodada labor de Ramón García Ovide al frente, se ha empeñado en conseguir que este género maravilloso tenga siempre alguna cita interesante en nuestra tierra, y a fe que en esta ocasión lo ha conseguido con un rotundo éxito. De público y de arte, sobre las tablas del Teatro Jovellanos el pasado sábado. La idea era reproducir esa Casa de Fados, con sencillez solo en la puesta en escena, pero con lujo artístico en los músicos, con una calidad de las que se ven en pocas ocasiones.
Ese generoso espectáculo contó con dos voces de excepción. La joven Cátia de Oliveira, con una voz y alma castiza, un conocimiento de los palos fadistas y una escuela en la que Dona Beatriz da Conceição asoma en cada estrofa, como se dejó ver en ese monumento que es "Voltaste". Y la presencia -porque para cantar bien el fado hay que tener eso- de ese elegantísimo fadista que es José Manuel Clemente. Un músico experto que se gradúa a cada concierto como uno de los grandes "crooners" de la noche de Lisboa. Excelente en ese lado melódico que tiene la canción de su ciudad y hábil con un repertorio y un saber estar que encandiló al público. Su "Boa noite solidão", su "Senhora de Nazaré" o ese fado tango que borda: "Esquina da rua" fueron grandes momentos.
En cuanto a los instrumentistas, pocas veces se puede disfrutar de tantísimo talento. Ángelo Freire, en la guitarra portuguesa, es uno de los más grandes. Veintiséis años y una sabiduría que asombra. Subrayando y adornando con primor la poesía del fado y deslumbrando con una técnica impresionante. Flávio Cardoso en la guitarra clásica es, con siete años menos, un valor de futuro al que habrá que seguir. En la guitarra bajo estuvo otro grande, como es Didi Pinto, y ese sonido sedoso y cálido que redondea un trío de excepción. La segunda "guitarrada" fue una cosa de otro mundo. Con el "fado à desgarrada" con un corrido "Minha mãe é pobrezinha", al alimón entre las dos voces, se redondeó la tradición en una noche en la que el teatro gijonés se convirtió en una tasca de Lisboa, donde el fado nace cada noche para seguir siendo ese milagro que tanto nos gusta y que tanto bien hace por nosotros. Miguel Á. Fernández Fernández
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