“El rio que nos vio nacer / vio nacer también Lisboa /... / El Tajo nos hace partir, el Tajo nos hace volver”. En mi caso el río es el Duero, al que cada año vuelvo a ver en Zamora, junto a los sillares góticos y los jardines de la Fundación Rei Afonso Henriques, para sentir el sereno gozo del fado cierto, que allí se vive, desde hace ya casi dos décadas en los atardeceres de finales de julio.
Recuerdo muchas veces que la entonces jovencita y novísima fadista - ahora ya una de las más afamadas - Carminho, cuando subió al escenario para su actuación en el Festival de Fados de Castilla y León, en el 2008, al ver el río, con la silueta de la muralla y la catedral ya iluminadas tras la reciente puesta de sol, puso una simpatiquísima cara de asombro y nos dijo: “¡Qué maravilla!”, como primera frase de saludo.
Por todo esto esperamos que llegue a ser también maravillosa la vigésima edición que para el próximo verano ya se anunció el pasado 30 de julio en Zamora, con posibles actos añadidos a la celebración de estos veinte años sucesivos del Festival de Fados de Castilla y León.
El río, no muy lejos de Zamora se convierte en Douro portugués, como portugués es el alma del fado, esa poesía musicada que produce un sereno gozo cuando es cierta. Y hasta ahora este festival siempre ha sido el escenario de un fado cierto, muy cierto, fado de verdadera verdad, podríamos reiterar. Allí en Zamora, en esa ciudad que antaño, el 5 de octubre de 1143, fue el lugar que juntó al rey Alfonso VII de León con Afonso Henriques, conde del condado Portocalense, para firmar una paz que convertía las tierras hasta entonces castellano-leonesas en las del país que desde entonces comenzó a llamarse Portugal.
Ángel García Prieto